La semana pasada celebré mi cumpleaños. No fue una fiesta multitudinaria, sino una de esas cenas que se alargan sin querer en un furancho de las afueras de Vigo, con el aire fresco de julio entrando por la puerta y el sonido de nuestras risas mezclándose con el vino de la casa. Fue una noche perfecta, de esas que atesoras por su sencillez. Y entonces, justo antes de los postres, mis amigos de toda la vida se miraron con esa complicidad que precede a las sorpresas y pusieron una caja sobre la mesa.
Reconocí al instante la madera rojiza y el inconfundible logo Ω en relieve. Sentí un nudo en la garganta. No podía ser. Con manos temblorosas, abrí la caja y allí estaba: un Omega Seamaster de esfera azul oscuro. El brillo del acero, el tacto frío y sólido del brazalete, el movimiento perfectamente fluido y silencioso del segundero… era mucho más de lo que jamás habría esperado.
He pasado años admirando los relojes Omega. Para mí, representan la cumbre de la elegancia, la historia y la ingeniería. Son los relojes de James Bond, los que fueron a la Luna. Un objeto de deseo, sí, pero siempre desde una distancia casi académica, como quien admira una obra de arte en un museo. Nunca imaginé tener uno en mi muñeca.
Y en ese momento, rodeado de mis amigos, entendí que este regalo no tenía nada que ver con el lujo o el valor material. Tenía que ver con escuchar. Con años de conversaciones en las que habré mencionado mi fascinación por la relojería. Tenía que ver con conocerme de verdad, con celebrar un hito en mi vida de la forma más personal y significativa posible.
Ahora, mientras escribo esto y miro el reloj omega hombre en mi muñeca, no solo veo la hora. Veo las innumerables anécdotas compartidas, las dificultades superadas juntos, las promesas de futuros encuentros. Cada tic-tac no sólo marca el paso de los segundos, sino que resuena con el eco de una amistad sólida, forjada a lo largo del tiempo. Este Omega no es un objeto; es un ancla. Es la prueba tangible de que los mejores regalos no son los que se compran con dinero, sino los que se eligen con el corazón. Y llevarlo conmigo cada día es llevar un pedazo de mis amigos, el mejor de los tesoros, marcando el tiempo de mi vida.