Cuando decidí presentarme a una oposición, lo primero que sentí fue una mezcla de entusiasmo y un nudo en el estómago que no me dejaba ni dormir bien por las noches, así que supe que necesitaba un plan sólido para organizarme y no perder la cabeza en el intento. Opté por buscar apoyo en preparación de oposiciones en A Coruña, un servicio que me permitió estructurar mi estudio de una manera que nunca había imaginado, transformando el caos de apuntes y temarios en algo manejable. Este proceso me enseñó que el éxito en estas pruebas no se trata solo de memorizar como loro, sino de tener un método claro que combine disciplina, estrategia y un poco de autocuidado para no terminar agotado antes del gran día.

Organizar el estudio fue el primer paso que me permitió tomar las riendas de esta aventura, porque enfrentarme a un temario que parecía infinito sin un rumbo fijo era como intentar armar un rompecabezas sin ver la caja. Dividí los temas en bloques manejables, asignando días específicos para cada uno según su complejidad y mi nivel de dominio; por ejemplo, las leyes más densas las dejé para las mañanas, cuando mi cerebro estaba fresco después de un buen café, mientras que los conceptos más ligeros los repasaba por las tardes, cuando ya empezaba a sentir el cansancio. Usé un calendario físico colgado en la pared, marcando con colores cada avance, lo que me daba una satisfacción casi infantil cada vez que tachaba algo, y al mismo tiempo me ayudaba a visualizar cuánto terreno había cubierto y cuánto me faltaba por explorar.

Manejar la ansiedad se convirtió en una prioridad cuando noté que los nervios me hacían dudar hasta de mi propio nombre, algo que no podía permitirme si quería rendir al máximo en el examen. Encontré en la respiración profunda un aliado inesperado; antes de sentarme a estudiar, dedicaba cinco minutos a inhalar y exhalar lentamente, imaginando que soltaba el estrés como si fuera humo que se disipaba en el aire, un truco que aprendí en un taller de preparación y que me salvó de más de un ataque de pánico. También descubrí que salir a caminar por el puerto después de una sesión intensa me despejaba la mente, porque el sonido del mar y el aire fresco tenían un efecto mágico para calmarme, mucho mejor que quedarme encerrado mirando el techo con cara de preocupación.

Sacar el máximo partido al tiempo de preparación fue algo que perfeccioné con práctica, porque al principio me pasaba horas releyendo lo mismo sin avanzar, como si estuviera atrapado en un bucle infinito. Empecé a usar técnicas como el método Pomodoro, trabajando en bloques de 25 minutos con descansos cortos para estirarme o tomar agua, lo que mantenía mi concentración sin que mi cabeza explotara de tanto estudiar. Además, me obligué a hacer simulacros de examen cada dos semanas, cronometrando el tiempo y recreando las condiciones reales, lo que al principio fue un desastre —me sobraron la mitad de las preguntas—, pero con el tiempo me ayudó a ganar velocidad y confianza, hasta el punto de que llegué a disfrutar el reto de terminar a tiempo.

A medida que los días pasaban, veía cómo este enfoque me acercaba a mi meta, aunque no sin tropiezos que me recordaban que la constancia es la clave en este tipo de desafíos. La preparación de oposiciones en A Coruña me dio herramientas que iban más allá de los libros, como aprender a confiar en mi capacidad y a no dejar que el miedo me paralizara. Cada simulacro superado y cada tema dominado me hacían sentir que el esfuerzo valía la pena, y aunque el camino aún no termina, sé que estoy construyendo una base sólida para ese momento decisivo.

por lola