Las cerraduras desempeñan un papel clave en la seguridad de cualquier hogar, comercio o edificio público. Su historia comienza en el cuarto milenio antes de Cristo, cuando este dispositivo se reducía a una serie de pasadores y pestillos accionados por una llave primitiva. Con la evolución de la técnica, su mecanismo fue elevando su nivel de sofisticación, hasta albergar componentes tan complejos como embrague de doble entrada o los cilindros de seguridad Santiago de Compostela.
Como norma general, toda cerradura se compone de un cilindro, el cerrojo, la bocallave y la manilla o pomo, además del cerradero y otros elementos estructurales. Su núcleo es sin duda el bombín o cilindro, donde se encuentra los pistones, contrapistones, levas y otras piezas fundamentales para accionar el movimiento de apertura y cierre por medio de la llave (en las cerraduras electrónicas o inteligentes, el acceso se realiza a través de tarjetas y códigos).
Los cilindros estándar ofrecen una seguridad básica y carecen de protección contra ganzúas, taladros o llaves de bumping. En cambio, los bombines de alta seguridad resisten la acción de estas amenazas, lo que incrementa su atractivo para el propietario.
El embrague —un mecanismo interno que bloquea o habilita el giro de la llave— está disponible en dos tipos: el embrague simple, que limita la acción del mecanismo desde un lado de la puerta, sea el exterior o el interior, y el doble embrague, con el que puede manipularse la cerradura por ambos lados.
Por su parte, el pestillo o cerrojo se define como el «pasador con que se asegura una puerta», citando al DRAE, es decir, la parte de la cerradura que se introduce en el marco y mantiene bloqueado el acceso al inmueble. Cuando el cierre no está echado, entra en juego una pieza con forma de cuña conocida como resbalón, que se encarga de mantener la puerta cerrada.